Líquidos
La Musa Trágica
Hundí la cabeza en el agua y traté de respirar traspasando la espuma con la fuerza de mi aire. Fue en vano. Lo único que logré fue que el agua entrara por mi nariz y yo saliera atorada, tosiendo, con los ojos confundidos entre las lágrimas y la espuma.
Esa noche volví a los rituales. Me bañé con la pura intención de sacarme el empacho y las malas vibras que me han tenido tambaleando el último mes. Traté de bañar mis ansias y mis miedos, de aplacarlos con el agua. Traté de que mis lágrimas se confundieran entre tanto líquido.
Volví a hundir la cabeza pero ahora abrí los ojos. Si uno mira a través del agua hacia el techo, todo se ve borroso. Me vi borrosa y me extrañé.
Levanté el rostro lentamente sintiendo como las gotas se pegaban en mi piel, mientras el resto del agua caía sin restricciones para perderse en la bañera. Sentí las gotas tan aferradas a mi piel que me dio curiosidad y entonces quise reconocerme, tocarme, sentirme. Me recorrí las piernas como si fuera terreno sagrado. De las pantorrillas me detuve en las rodillas y las moldee con mis dedos. Seguí por los muslos, rocé mi vagina. Así: suave, despacio, sin ningún otro afán que el sentir(me). Me dio un escalofrío y con mis manos puse espuma en mis senos. Luego me toqué los brazos y con las manos llenas de agua me acaricié el cuello. Me toqué el rostro y comprobé que mi nariz es imperfecta y mis labios demasiado gruesos.
Decidí que ya era hora. Comencé a tocarme otra vez pero de manera inversa: de la frente pasé al cuello, bajé por mis senos, redondee mis pezones, por el vientre hasta la vagina –nuevamente el cosquilleo- hasta llegar a las piernas y terminar con las manos juntas. El agua comenzó a dar vueltas y se perdió en el agujero negro, llevándose lo que mis dedos pudieron despojarme.
Me vestí confiada. Pinté mis labios, cubrí los párpados de un tono oscuro. Nadie tiene porqué descubrirme no?.
Cuando ya tenía la máscara bien puesta decidí irme. Ya no estaba ansiosa, ya me había reconciliado.
Pero maldita sea mi afinidad con los líquidos!. En la casa de Jack Daniel’s comencé a tomarme hasta las ansias y terminé por beberlas por completo en tres rusos blancos que me asfixiaron apenas llegamos al local.
Risas, saludos, abrazos. Música, humo, alcohol. Yo iba quemando cada sonrisa en un sorbo bien dulce. Buscando el mal menor.
Entonces volví a hundir la cabeza y todo se puso demasiado borroso.
Otra risa en el pasillo, un abrazo en la escalera. Necesito ir al baño con urgencia. Sí gracias. No, gracias. Mis pasos se perdían en el ruido. Llegué. A salvo, al fin. Cerré la puerta tras de mi, junto con ella cerré los ojos y los abrí tratando de ver con mayor claridad. (¿aún no saco la cabeza del agua?)
Cuando los abrí no estaba sola.
Maldición. ¿Estaba yo en el baño de hombres o él en el de mujeres?. No importó. Nos miramos. De las explicaciones pasamos a los besos furiosos. Extraños, tan extraños como él y yo en ese baño azul de 2 x 2. Su lengua temeraria traspasó la barrera de mis labios y se apoderó de la mía como si fuera la única oportunidad de sacarla de mi boca. Entonces me tomó la cara con ambas manos y me besó el mentón y pasó sus labios por mi cuello. Recorrió con sus manos algunas de las mismas partes que yo había recorrido con las mías horas antes. Yo estaba mareada, perdida. Con los ojos cerrados tratando de contener el vértigo que me causaban sus manos y el que ya venía sintiendo incluso antes de entrar al baño. Respondí su afrenta con mis besos también furiosos. Le mordí el labio inferior como siempre suelo hacerlo. Y el respondió con la invasión de su lengua.
Pegada en la pared traté de recuperar mi posición y tomándolo por los hombros lo puse contra la muralla contraria. Traté de enfocar mi mirada y así ver bien su cara. Me quedé pegada en sus ojos negros, su pelo revuelto, sus labios finos. Le pregunté su nombre. Álvaro, Alfredo, Andrés. La A fue lo único que pude retener antes de mirarlo fijo y hacer que mi lengua fuera quien ahora se robara la suya.
El seguía recorriéndome y en esa batalla furiosa el me devolvía contra mi pared.
Necesito respirar, necesito terminar mi camino al baño. Necesito saber como estoy besándote. Lo empujé nuevamente. Sale por favor, necesito el baño… ahora.
Me hundí nuevamente.
Cuando volví a abrir los ojos, las confortables manos de mis amigas me tomaban el pelo mientras yo depositaba el legado ruso en el W.C. Estoy tan mareada, me siento tan mal. Y se supone es mi fiesta y ni siquiera estoy aquí.
Todo se fue a negro otra vez. Lo quiero de vuelta. Me gustaba ese juego desenfrenado.
Subí las escaleras, esta vez sola. Saludos, risas abrazos. Sí, estoy bien. Gracias. Salud. Voces. Sus caras se me vienen encima y yo sonrío, cuando lo único que quiero es escapar.
Negro. Me hundo. Cuando vuelvo a abrir los ojos estoy bailando con mi amigo. Bailamos coquetamente como siempre lo hacemos, con la libertad que da que sepamos que ninguno de los dos se interesa por el otro.
De pronto una vuelta, de pronto ese rostro, de pronto A…
Subí las escaleras. Ahora su boca estaba frente a la mía. Una mano sobre la otra y ahora ya no tuve que cerrar los ojos para darme cuenta que bailaba con él. La furia no había terminado y ya nos besábamos belicosamente como lo hiciéramos rato antes. Ahora el juego era en medio de otros espectadores. Extras. ¡Váyanse todos a la mierda! ¡Los extraños somos nosotros!.
Ahora, no sólo nos invadíamos con las lenguas, ahora nos invadíamos con las manos, con las piernas. El roce, el impostergable roce. Sus manos acariciaron mi espalda y yo mordí sus labios con más fuerza. ¿Te llamabas?, le pregunté… Y nuevamente sólo me quedé con la A. El me preguntó mi nombre y seguramente también sólo se quedó con la M.
En medio de los besos comenzamos a tocarnos. Las anisas se convirtieron en excitación y cuando abrí los ojos para ver su rostro, me estaba invitando a su casa. Vámonos, vámonos de aquí. Ándate conmigo. Yo no quería pensar, sólo quería bailar. El insistía, vámonos. No me negué. Tampoco asentí. Cuando se terminaba la escalera perdí su mano y un abrazo amigo me recordó donde estaba.
Abrazos, saludos, salud, dónde estabas. Nunca he dejado de estar aquí. La música se paró. Yo lo busqué con la mirada, pero esos abrazos me guiaban los pasos hasta que nos alejamos demasiado como para poder recordar que rostro pertenecía a esa A.
Finalmente abrí los ojos. El agua saltó fuera de la bañera. Con las manos me pegué en el pecho, la espuma me iba llegando al esófago. Me ahogo. No sé cuanto rato estuve bajo el agua. Me saqué las gotas de los ojos. Vi la hora, era tarde. El agua comenzó a caer por la cañería y yo me paré apresurada.
Me vestí confiada. Pinté mis labios y cubrí los párpados de un tono oscuro. Con la máscara bien puesta decidí irme. Tal vez esta noche el ritual sirva de algo y yo logre olvidarme de todo.
Hundí la cabeza en el agua y traté de respirar traspasando la espuma con la fuerza de mi aire. Fue en vano. Lo único que logré fue que el agua entrara por mi nariz y yo saliera atorada, tosiendo, con los ojos confundidos entre las lágrimas y la espuma.
Esa noche volví a los rituales. Me bañé con la pura intención de sacarme el empacho y las malas vibras que me han tenido tambaleando el último mes. Traté de bañar mis ansias y mis miedos, de aplacarlos con el agua. Traté de que mis lágrimas se confundieran entre tanto líquido.
Volví a hundir la cabeza pero ahora abrí los ojos. Si uno mira a través del agua hacia el techo, todo se ve borroso. Me vi borrosa y me extrañé.
Levanté el rostro lentamente sintiendo como las gotas se pegaban en mi piel, mientras el resto del agua caía sin restricciones para perderse en la bañera. Sentí las gotas tan aferradas a mi piel que me dio curiosidad y entonces quise reconocerme, tocarme, sentirme. Me recorrí las piernas como si fuera terreno sagrado. De las pantorrillas me detuve en las rodillas y las moldee con mis dedos. Seguí por los muslos, rocé mi vagina. Así: suave, despacio, sin ningún otro afán que el sentir(me). Me dio un escalofrío y con mis manos puse espuma en mis senos. Luego me toqué los brazos y con las manos llenas de agua me acaricié el cuello. Me toqué el rostro y comprobé que mi nariz es imperfecta y mis labios demasiado gruesos.
Decidí que ya era hora. Comencé a tocarme otra vez pero de manera inversa: de la frente pasé al cuello, bajé por mis senos, redondee mis pezones, por el vientre hasta la vagina –nuevamente el cosquilleo- hasta llegar a las piernas y terminar con las manos juntas. El agua comenzó a dar vueltas y se perdió en el agujero negro, llevándose lo que mis dedos pudieron despojarme.
Me vestí confiada. Pinté mis labios, cubrí los párpados de un tono oscuro. Nadie tiene porqué descubrirme no?.
Cuando ya tenía la máscara bien puesta decidí irme. Ya no estaba ansiosa, ya me había reconciliado.
Pero maldita sea mi afinidad con los líquidos!. En la casa de Jack Daniel’s comencé a tomarme hasta las ansias y terminé por beberlas por completo en tres rusos blancos que me asfixiaron apenas llegamos al local.
Risas, saludos, abrazos. Música, humo, alcohol. Yo iba quemando cada sonrisa en un sorbo bien dulce. Buscando el mal menor.
Entonces volví a hundir la cabeza y todo se puso demasiado borroso.
Otra risa en el pasillo, un abrazo en la escalera. Necesito ir al baño con urgencia. Sí gracias. No, gracias. Mis pasos se perdían en el ruido. Llegué. A salvo, al fin. Cerré la puerta tras de mi, junto con ella cerré los ojos y los abrí tratando de ver con mayor claridad. (¿aún no saco la cabeza del agua?)
Cuando los abrí no estaba sola.
Maldición. ¿Estaba yo en el baño de hombres o él en el de mujeres?. No importó. Nos miramos. De las explicaciones pasamos a los besos furiosos. Extraños, tan extraños como él y yo en ese baño azul de 2 x 2. Su lengua temeraria traspasó la barrera de mis labios y se apoderó de la mía como si fuera la única oportunidad de sacarla de mi boca. Entonces me tomó la cara con ambas manos y me besó el mentón y pasó sus labios por mi cuello. Recorrió con sus manos algunas de las mismas partes que yo había recorrido con las mías horas antes. Yo estaba mareada, perdida. Con los ojos cerrados tratando de contener el vértigo que me causaban sus manos y el que ya venía sintiendo incluso antes de entrar al baño. Respondí su afrenta con mis besos también furiosos. Le mordí el labio inferior como siempre suelo hacerlo. Y el respondió con la invasión de su lengua.
Pegada en la pared traté de recuperar mi posición y tomándolo por los hombros lo puse contra la muralla contraria. Traté de enfocar mi mirada y así ver bien su cara. Me quedé pegada en sus ojos negros, su pelo revuelto, sus labios finos. Le pregunté su nombre. Álvaro, Alfredo, Andrés. La A fue lo único que pude retener antes de mirarlo fijo y hacer que mi lengua fuera quien ahora se robara la suya.
El seguía recorriéndome y en esa batalla furiosa el me devolvía contra mi pared.
Necesito respirar, necesito terminar mi camino al baño. Necesito saber como estoy besándote. Lo empujé nuevamente. Sale por favor, necesito el baño… ahora.
Me hundí nuevamente.
Cuando volví a abrir los ojos, las confortables manos de mis amigas me tomaban el pelo mientras yo depositaba el legado ruso en el W.C. Estoy tan mareada, me siento tan mal. Y se supone es mi fiesta y ni siquiera estoy aquí.
Todo se fue a negro otra vez. Lo quiero de vuelta. Me gustaba ese juego desenfrenado.
Subí las escaleras, esta vez sola. Saludos, risas abrazos. Sí, estoy bien. Gracias. Salud. Voces. Sus caras se me vienen encima y yo sonrío, cuando lo único que quiero es escapar.
Negro. Me hundo. Cuando vuelvo a abrir los ojos estoy bailando con mi amigo. Bailamos coquetamente como siempre lo hacemos, con la libertad que da que sepamos que ninguno de los dos se interesa por el otro.
De pronto una vuelta, de pronto ese rostro, de pronto A…
Subí las escaleras. Ahora su boca estaba frente a la mía. Una mano sobre la otra y ahora ya no tuve que cerrar los ojos para darme cuenta que bailaba con él. La furia no había terminado y ya nos besábamos belicosamente como lo hiciéramos rato antes. Ahora el juego era en medio de otros espectadores. Extras. ¡Váyanse todos a la mierda! ¡Los extraños somos nosotros!.
Ahora, no sólo nos invadíamos con las lenguas, ahora nos invadíamos con las manos, con las piernas. El roce, el impostergable roce. Sus manos acariciaron mi espalda y yo mordí sus labios con más fuerza. ¿Te llamabas?, le pregunté… Y nuevamente sólo me quedé con la A. El me preguntó mi nombre y seguramente también sólo se quedó con la M.
En medio de los besos comenzamos a tocarnos. Las anisas se convirtieron en excitación y cuando abrí los ojos para ver su rostro, me estaba invitando a su casa. Vámonos, vámonos de aquí. Ándate conmigo. Yo no quería pensar, sólo quería bailar. El insistía, vámonos. No me negué. Tampoco asentí. Cuando se terminaba la escalera perdí su mano y un abrazo amigo me recordó donde estaba.
Abrazos, saludos, salud, dónde estabas. Nunca he dejado de estar aquí. La música se paró. Yo lo busqué con la mirada, pero esos abrazos me guiaban los pasos hasta que nos alejamos demasiado como para poder recordar que rostro pertenecía a esa A.
Finalmente abrí los ojos. El agua saltó fuera de la bañera. Con las manos me pegué en el pecho, la espuma me iba llegando al esófago. Me ahogo. No sé cuanto rato estuve bajo el agua. Me saqué las gotas de los ojos. Vi la hora, era tarde. El agua comenzó a caer por la cañería y yo me paré apresurada.
Me vestí confiada. Pinté mis labios y cubrí los párpados de un tono oscuro. Con la máscara bien puesta decidí irme. Tal vez esta noche el ritual sirva de algo y yo logre olvidarme de todo.