Vómito Revelador
La Musa Trágica
Fue a través de un vómito café y sabor dulce. Mientras sentía que el raro gusto de ese líquido se devolvía por mi boca, supe que me he mentido a mi misma todo este tiempo. Culpé a mis anisas de planear mi asesinato y a mi alma partida en dos de dejar de latir. Pero al parecer sólo necesitaba vomitarme un poco.
Fue de manera imprevista. Yo estaba concentrada en unas letras que no son mías y de pronto sentí que llegaba con paso apurado. Ni siquiera lo vi completo y fue cuando pasó. Fue raro, fue lindo, fue lo que más he esperado los últimos meses. No era el lugar, no era el momento, pero fue.
Yo estaba ahí, sin esperarlo, concentrada en otra cosa. Fue ahí, sin la música ni las luces que esperaba rodearan el momento. Fue cuando él no terminaba de llegar y yo aún no lograba verlo por completo. Fue entonces que así, sin mayor estridencia, mi corazón latió.
Sí, latió. Latió completo, como si por un segundo se hubieran unido las dos partes irreconciliables.
Latió fuerte, rápido, seguro y pronto los latidos se convirtieron en esa cosquilla que uno creen son mariposas, pero sabe que no es cierto. Se removieron mis entrañas y se apretaron las propias, mientras reían de tanta emoción. Hicieron una fiesta completa durante los dos segundos que mi alma demoró en volver a ritmo normal. Me quedé muda, pasmada. Pero no lo entendí hasta que salió a través de ese vómito.
Mis ansias eran tantas que me estaban nublando. Pero al verme reflejada mientras salía confundida en un líquido café, me di cuenta. De partida supe que el plan de asesinato fue abortado y que no necesito una correspondencia inmediata para saber que sí, respiro. (Y que el vacío en mi interior no es tan eterno como yo creía).
Me di cuenta que me gusta, me encanta. Me gustan sus ojos grandes, frescos. Me encantan sus tontas ironías. Me gusta que me mire de reojo y trate de llamar mi atención. Me gusta cuando me advierte de los desconocidos, me gusta cuando me cuestiona, me gusta cuando trata de hablarme serio, me gusta cuando pone música romántica, me gusta cuando habla concentrado, me gusta cuando parece no confiar en nada ni en nadie, me encanta cuando ríe y parece más niño de lo que es, me encanta cuando se queja. Y sé que esto es el colmo del egocentrismo, pero me encanta que me encante. Me agrada demasiado saber que yo misma era quien me estaba privando de la más básica de las sensaciones. Que la atracción no cabe en el vacío. Que no estoy tan jodida.
El latido no vino sólo, junto con él, llego un mail desde Andorra de un antiguo y querido amor, un mail de un gran amante, de un hombre que me quiso y que asegura tenerme en gran parte de sus recuerdos. El mail vino tan limpio de todo lo malo que dejó nuestra relación, que me emocioné y mi corazón latió, pero de otra forma. Sincero y simple.
Tras leerlo reafirmé lo que hace algún tiempo ya sabía, pero había olvidado. Estoy sana de amor. Sana de penas, casi completamente sana de miedos.
Late y yo no estoy tan vacía.
La revelación también se dio en otros planos. Hace varios días he tratado de envalentonarme forzando un amor que no es tal, buscando la instancia para revivir un placer que no fue completo, y que no sé si alguna vez podrá serlo. Me di rabia por ser tan tonta (una vez más) y ahora mismo, mientras escribo, me prometo a mi misma que no voy a forzar nada porque al parecer no hay nada que forzar.
Ahora sólo quiero sentir.
Fue a través de un vómito café y sabor dulce. Mientras sentía que el raro gusto de ese líquido se devolvía por mi boca, supe que me he mentido a mi misma todo este tiempo. Culpé a mis anisas de planear mi asesinato y a mi alma partida en dos de dejar de latir. Pero al parecer sólo necesitaba vomitarme un poco.
Fue de manera imprevista. Yo estaba concentrada en unas letras que no son mías y de pronto sentí que llegaba con paso apurado. Ni siquiera lo vi completo y fue cuando pasó. Fue raro, fue lindo, fue lo que más he esperado los últimos meses. No era el lugar, no era el momento, pero fue.
Yo estaba ahí, sin esperarlo, concentrada en otra cosa. Fue ahí, sin la música ni las luces que esperaba rodearan el momento. Fue cuando él no terminaba de llegar y yo aún no lograba verlo por completo. Fue entonces que así, sin mayor estridencia, mi corazón latió.
Sí, latió. Latió completo, como si por un segundo se hubieran unido las dos partes irreconciliables.
Latió fuerte, rápido, seguro y pronto los latidos se convirtieron en esa cosquilla que uno creen son mariposas, pero sabe que no es cierto. Se removieron mis entrañas y se apretaron las propias, mientras reían de tanta emoción. Hicieron una fiesta completa durante los dos segundos que mi alma demoró en volver a ritmo normal. Me quedé muda, pasmada. Pero no lo entendí hasta que salió a través de ese vómito.
Mis ansias eran tantas que me estaban nublando. Pero al verme reflejada mientras salía confundida en un líquido café, me di cuenta. De partida supe que el plan de asesinato fue abortado y que no necesito una correspondencia inmediata para saber que sí, respiro. (Y que el vacío en mi interior no es tan eterno como yo creía).
Me di cuenta que me gusta, me encanta. Me gustan sus ojos grandes, frescos. Me encantan sus tontas ironías. Me gusta que me mire de reojo y trate de llamar mi atención. Me gusta cuando me advierte de los desconocidos, me gusta cuando me cuestiona, me gusta cuando trata de hablarme serio, me gusta cuando pone música romántica, me gusta cuando habla concentrado, me gusta cuando parece no confiar en nada ni en nadie, me encanta cuando ríe y parece más niño de lo que es, me encanta cuando se queja. Y sé que esto es el colmo del egocentrismo, pero me encanta que me encante. Me agrada demasiado saber que yo misma era quien me estaba privando de la más básica de las sensaciones. Que la atracción no cabe en el vacío. Que no estoy tan jodida.
El latido no vino sólo, junto con él, llego un mail desde Andorra de un antiguo y querido amor, un mail de un gran amante, de un hombre que me quiso y que asegura tenerme en gran parte de sus recuerdos. El mail vino tan limpio de todo lo malo que dejó nuestra relación, que me emocioné y mi corazón latió, pero de otra forma. Sincero y simple.
Tras leerlo reafirmé lo que hace algún tiempo ya sabía, pero había olvidado. Estoy sana de amor. Sana de penas, casi completamente sana de miedos.
Late y yo no estoy tan vacía.
La revelación también se dio en otros planos. Hace varios días he tratado de envalentonarme forzando un amor que no es tal, buscando la instancia para revivir un placer que no fue completo, y que no sé si alguna vez podrá serlo. Me di rabia por ser tan tonta (una vez más) y ahora mismo, mientras escribo, me prometo a mi misma que no voy a forzar nada porque al parecer no hay nada que forzar.
Ahora sólo quiero sentir.