No pensar
La Musa Trágica
Algunos días hay demasiadas cosas que no logro entender. Partiendo por mí. No sé bien que siento, que quiero e incluso censuro mis más íntimos pensamientos. Otros días, dejo de pensar en mí un solo segundo y entonces siento que el mundo me sorprende completamente, me siento ínfima, pero no como un reproche sino como un alisciente, como la lección necesaria para entender por qué uno debe vivir con las ganas eternas de comerse al mundo.
Otros días menos alegres, lucho conmigo misma para auto-convencerme que todo es así de buenamente desafiante como me lo propongo. Algunos de esos días vienen las dudas. Sí es cierto, la mayoría de las veces parte de mí y mis eternas anisas de saber si lo estoy haciendo bien o no. Es entonces cuando cada ser se me revela como único y me pierdo tratando de bajar la voz para ver si escucho que pasa por sus cabezas. Es ahí cuando susurro, hago callar a mis propios pensamientos, y le pido a cada una de mis entrañas que se mueve con cautela para que no interrumpan un proceso que –para ser sincera- nunca ha dado más resultados que lo que yo invento que otra persona debe pensar, basándome en parámetros tan poco científicamente metódicos como la postura de su cuerpo y en las líneas de su rostro.
Con mi infructuoso ejercicio, trato de saber si los mundos que se desarrollan en otra mente son simples o complejos, si sufren o ríen. Me resisto a creer que haya algunos completamente en blanco. Pueden estar anestesiados, pero aún así, nunca están en blanco. Cuando creo ser más precisa (o que mis inventos parecieran más certeros) busco si algunos pueden compartir algún pensamiento que mi básica mente aún no registra. Esa búsqueda es constante, no depende de ninguno de los días.
Ahora, estos días, me ha tenido consternada tratar de entender cómo piensa (que mierda siente) una mente que quiere dejar de pensar, que termina por doler y dan ganas de arrancar, así, de una... para siempre. Estos días he vuelto a no entender nada. Estos días ha costado que el mundo me sorprenda.
Algunos días hay demasiadas cosas que no logro entender. Partiendo por mí. No sé bien que siento, que quiero e incluso censuro mis más íntimos pensamientos. Otros días, dejo de pensar en mí un solo segundo y entonces siento que el mundo me sorprende completamente, me siento ínfima, pero no como un reproche sino como un alisciente, como la lección necesaria para entender por qué uno debe vivir con las ganas eternas de comerse al mundo.
Otros días menos alegres, lucho conmigo misma para auto-convencerme que todo es así de buenamente desafiante como me lo propongo. Algunos de esos días vienen las dudas. Sí es cierto, la mayoría de las veces parte de mí y mis eternas anisas de saber si lo estoy haciendo bien o no. Es entonces cuando cada ser se me revela como único y me pierdo tratando de bajar la voz para ver si escucho que pasa por sus cabezas. Es ahí cuando susurro, hago callar a mis propios pensamientos, y le pido a cada una de mis entrañas que se mueve con cautela para que no interrumpan un proceso que –para ser sincera- nunca ha dado más resultados que lo que yo invento que otra persona debe pensar, basándome en parámetros tan poco científicamente metódicos como la postura de su cuerpo y en las líneas de su rostro.
Con mi infructuoso ejercicio, trato de saber si los mundos que se desarrollan en otra mente son simples o complejos, si sufren o ríen. Me resisto a creer que haya algunos completamente en blanco. Pueden estar anestesiados, pero aún así, nunca están en blanco. Cuando creo ser más precisa (o que mis inventos parecieran más certeros) busco si algunos pueden compartir algún pensamiento que mi básica mente aún no registra. Esa búsqueda es constante, no depende de ninguno de los días.
Ahora, estos días, me ha tenido consternada tratar de entender cómo piensa (que mierda siente) una mente que quiere dejar de pensar, que termina por doler y dan ganas de arrancar, así, de una... para siempre. Estos días he vuelto a no entender nada. Estos días ha costado que el mundo me sorprenda.