El mareador polvo mañanero
La Musa Trágica
Algo raro está pasando(me). Hay días que despierto y mis pies no logran tocar el suelo. Camino y camino y no logro fijar mi rumbo. Miro alrededor y no reconozco donde estoy. El tiempo pasa por mí sin pedirme permiso y los segundos mueren sin que alcance a tocarlos. Siempre supe que este sería un año raro, ¿pero no será mucho?.
Es una sensación similar a una especie de limbo neblinoso. Algo como despertar haciéndose el amor (tranquis hablo en general, no de las últimas experiencias). Como me comentó un "conocido" hace algún tiempo atrás, nadie sabe como comienza, si fue el uno o el otro el que besó primero. O si fueron ambos que, mientras soñaban con lo mismo, lograron coordinar todas sus ansias.
Algo raro está pasando(me). Hay días que despierto y mis pies no logran tocar el suelo. Camino y camino y no logro fijar mi rumbo. Miro alrededor y no reconozco donde estoy. El tiempo pasa por mí sin pedirme permiso y los segundos mueren sin que alcance a tocarlos. Siempre supe que este sería un año raro, ¿pero no será mucho?.
Es una sensación similar a una especie de limbo neblinoso. Algo como despertar haciéndose el amor (tranquis hablo en general, no de las últimas experiencias). Como me comentó un "conocido" hace algún tiempo atrás, nadie sabe como comienza, si fue el uno o el otro el que besó primero. O si fueron ambos que, mientras soñaban con lo mismo, lograron coordinar todas sus ansias.
En ese instante -mientras tienes los ojos entreabiertos y el roce entre los cuerpos se convierte en la mejor manera de darte cuenta que sigues vivo-, no logras saber a ciencia cierta si aún duermes o si quien besa tus labios efectivamente está ahí. El goce.... maldito y exquisito goce. Suave, húmedo, fresco, una pierna se enreda con la otra y las uñas bajan suaves por la espalda. Muy suave... (no se olviden que es temprano en la mañana, sssshhhh)
Las bocas se niegan a una apertura completa, temen que el olor del despertar revele lo que hicieron la noche anterior. De a poco se van abriendo, la lengua sale tímida, se traba entre los dientes y esa otra boca que muere por alcanzarla. Los movimientos son mañosos, lentos, con una suavidad extremadamente sensual. La pereza de amarse con la exitación de tocarse. Cuando sus manos comienzan a sobarte los pechos, los poros recién respiran y la piel se eriza completa. La agitación se hace evidente, pero los ojos siguen negándose a la luz.
Cuando el placer ha desbordado como si efectivamente se tratara de un sueño, te acuerdas que aún duermes y -dándole la razón a los ojos- quieres seguir soñando. Eso sí, ahora estás abrazado a ese cuerpo que casi te ve despetar. ¿Una reacción física?, ¿un sueño?, ¿impulsos del inconsciente?. Nadie sabe.
En el momento en que vuelves a dormir, recién ahí, es cuando te sientes un poco perdido, desorientado. No estás en la cama ni en la cima del cielo. Dos cuerpos calientes y exitados gravitando desnudos y desorientados, mareados por la exitación...
Así me siento, un poco mareada de mi misma.
Luego de mi bochornosa pataleta tras perder el bus el viernes pasado, el fin de semana fue todo lo que esperaba, fue todo por lo que lloraba esa noche. Mucho amor inocente, limpio e incodicional. Nada más. Seguridad.
A bueno, también hubo algunos tintes del pasado que le dieron el toque anormal imprescindible en la vida de la Musa Trágica.
Cinco años. Siempre prometimos que 20 años después íbamos a ser amantes. Recién van seis. Aún falta tiempo.
Reconozco cierto morbo de mi parte por conocer sus razones, por mirar sus ojos, por cerrar ese ciclo que siempre quedó medio abierto en mí. Y ahí estaba, cinco años después entrando a esa casa. La misma que presenció todos nuestros besos, nuestros juegos, la primera vez que el me tocó, mi primer orgasmo y la última vez que estuvimos juntos. Esa misma casa a la que diario entraba en jumper y salia con la camisa desabotonada.
Cinco años después. Al tocar el timbre sentí como que el tiempo se hubiera detenido y yo estaba llegando a una de las tantas fiestas que hicimos ahí.
Un momento, silencio. Yo, la puerta, la espera.... no, nada se detuvo. Yo estaba ahí, es cierto, igual que hace cinco años. Pero cinco años después. Soy otra (y la falta de jumper no es el único cambio)
Cuando abrió la puerta, su mirada fue igual de alegre como lo era cuando ambos descubrimos que el amor era bonito. Entonces me abrazó como entonces. No necesitó mi consentimiento para meterse bajo mi chaqueta y apretarme fuerte contra su cuerpo. Sus largos brazos me abrazaron hasta que traspasé por completo su pecho. Su boca se hundió en mi cuello. No quise abrir los ojos.
El mismo escenario, los mismos actores. Lo único que cambió fue la historia. Mientras nos reíamos con otros personajes que también actuaron en la obra de hace cinco años atrás, él me tomó la mano. Jugó con mis dedos de la misma manera. Su mano tocaba la mía y trataba de rozar mi pierna. Parecía que sólo ayer fue cuando nos despedíamos en la puerta de mi colectivo. Instantes.
Hablamos poco de su nueva historia, su tremendamente rara nueva historia. Tampoco habamos mucho de la mía. Esa que él también se muere por conocer. Cuéntame, cuéntame, cuéntame. No hubo tiempo para detalles. Sólo miradas y las manos entrelazadas.
Los abrazos de la despedida eran miles. Uno tras otro. Todos fuertes como empapándonos de la inocencia que ahora ambos añoramos.
Cuando al otro día me llamó para decirme que algo sintió cuando me abrazó, le mentí. Dije que yo no había sentido nada y no fue así. Justo cuando su boca se hundió en mi cuello y luego rozó mi mejilla a dos segundos de mis labios, sentí el peso de todos estos años. Me acordé porque terminamos, me acordé de todos los otros besos que dí, me acordé de cuando dejé de amarlo y me enamoré de otro hombre. Tomé toda mi historia y sí, sentí algo. Sentí que hace muchísimo tiempo no amo como yo sabía hacerlo.
También me acordé que hace muchísimo tiempo nadie me ama como a mi me gustaba que me amaran.
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